Sobre mí
Desde muy pequeña descubrí una vocación innata: escuchar, comprender y estar presente para los demás. Siempre me ha fascinado la manera en que nuestras historias, vínculos y experiencias moldean quiénes somos. Fue esta curiosidad y deseo de ayudar lo que me llevó a estudiar Educación Social, donde aprendí a valorar profundamente la importancia de las relaciones humanas y su impacto en nuestro desarrollo.
Sin embargo, sentí que podía ir más allá, profundizar aún más en el acompañamiento individual, y por eso decidí adentrarme en el mundo de la Psicología. Este camino me ha permitido estar al lado de cada persona en sus procesos de cambio y crecimiento, brindándoles un espacio seguro para explorar sus emociones, comprender sus experiencias y avanzar hacia una vida más plena.
Creo firmemente en una terapia basada en la escucha respetuosa, la empatía genuina y la comprensión profunda. Trabajo desde una perspectiva integrativa, lo que significa que adapto cada sesión a las necesidades únicas de la persona que tengo delante. Para mí, cada individuo es mucho más que sus síntomas; son sus historias, creencias, aprendizajes y heridas las que cuentan la historia completa y nos guían en el proceso terapéutico.
Me gusta pensar en la terapia como un arte de reparación, similar a la técnica japonesa del Kintsugi, donde las piezas rotas de cerámica son restauradas con oro. Este método no busca ocultar las grietas, sino embellecerlas, destacarlas y hacerlas presentes, como una parte esencial de la pieza, representando la reconciliación con la caída, el accidente, la dificultad. En el proceso terapéutico sucede algo similar: exploramos nuestras heridas con dedicación, respeto y cuidado, reconociéndolas como parte de lo que nos hace únicxs, para luego sanar y transformarnos.
Cada proceso es diferente, y cada persona tiene su propio ritmo y camino. Mi compromiso es estar ahí para acompañarte en el tuyo, ofreciéndote un espacio de confianza donde puedas sentirte vistx, escuchadx y comprendidx. Juntxs, podemos trabajar hacia una vida en la que las cicatrices no sean algo de lo que avergonzarse o esconder, sino una señal de fortaleza y resiliencia.

